Liturgia de las horas

Vísperas

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Jesucristo, Palabra del Padre,
luz eterna de todo creyente:
ven y escucha la súplica ardiente,
ven, Señor, porque ya se hace tarde.
 
Cuando el mundo dormía en tinieblas,
en tu amor tú quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.
 
Ya madura la historia en promesas,
sólo anhela tu pronto regreso;
si el silencio madura la espera,
el amor no soporta el silencio.
 
Con María, la Iglesia te aguarda
con anhelos de esposa y de Madre,
y reúne a sus hijos en vela,
para juntos poder esperarte.
 
Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro
y a tu lado vivamos por siempre,
dando gracias al Padre en el reino. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. No podéis servir a Dios y al dinero. 

Salmo 48
VANIDAD DE LAS RIQUEZAS
Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos (Mt 19,23).

Oíd esto, todas las naciones; 
escuchadlo, habitantes del orbe: 
plebeyos y nobles, ricos y pobres; 

mi boca hablará sabiamente, 
y serán muy sensatas mis reflexiones; 
prestaré oído al proverbio 
y propondré mi problema al son de la cítara. 

¿Por qué habré de temer los días aciagos, 
cuando me cerquen y acechen los malvados, 
que confían en su opulencia 
y se jactan de sus inmensas riquezas, 
si nadie puede salvarse 
ni dar a Dios un rescate? 

Es tan caro el rescate de la vida, 
que nunca les bastará 
para vivir perpetuamente 
sin bajar a la fosa. 

Mirad: los sabios mueren, 
lo mismo que perecen los ignorantes y necios, 
y legan sus riquezas a extraños. 

El sepulcro es su morada perpetua 
y su casa de edad en edad, 
aunque hayan dado nombre a países. 

El hombre no perdura en la opulencia, 
sino que perece como los animales. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. 

Ant. No podéis servir a Dios y al dinero. 

Ant 2. «Atesorad tesoros en el cielo», dice el Señor. 

II

Éste es el camino de los confiados, 
el destino de los hombres satisfechos: 
son un rebaño para el abismo, 
la muerte es su pastor, 
y bajan derechos a la tumba; 
se desvanece su figura, 
y el abismo es su casa. 

Pero a mí, Dios me salva, 
me saca de las garras del abismo 
y me lleva consigo. 

No te preocupes si se enriquece un hombre 
y aumenta el fasto de su casa: 
cuando muera, no se llevará nada, 
su fasto no bajará con él. 

Aunque en vida se felicitaba: 
«Ponderan lo bien que lo pasas», 
irá a reunirse con sus antepasados, 
que no verán nunca la luz. 

El hombre rico e inconsciente 
es como un animal que perece. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. 

Ant. «Atesorad tesoros en el cielo», dice el Señor. 

Ant. 3. Digno es el Cordero degollado de recibir el honor y la gloria. 

Cántico Ap 4, 11; 5,9.10.12
HIMNO DE LOS REDIMIDOS

Eres digno, Señor, Dios nuestro, 
de recibir la gloria, el honor y el poder; 
porque tú has creado el universo; 
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado. 

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos 
porque fuiste degollado 
y con tu sangre compraste para Dios 
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; 
y has hecho de ellos para nuestro Dios 
un reino de sacerdotes, 
y reinan sobre la tierra. 

Digno es el Cordero degollado 
De recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, 
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. 

Ant. Digno es el Cordero degollado de recibir el honor y la gloria.

LECTURA BREVE Cf. 1 Cor 1, 7b-9

Esperamos vivamente la revelación de Jesucristo, Señor nuestro. Él nos fortalecerá hasta el fin, de modo que nos encontremos libres de culpa en el día de Jesucristo, nuestro Señor. Fiel es Dios, por quien hemos sido convocados a la unión con su Hijo.

RESPONSORIO BREVE

V. Ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
R. Ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
V. Que brille tu rostro y nos salve.
R. Señor Dios de los ejércitos.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Una voz clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor, enderezad las sendas para nuestro Dios.»

MAGNÍFICAT Lc 1, 46-55
ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
 
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
 
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
 
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
 
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Una voz clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor, enderezad las sendas para nuestro Dios.»

PRECES

Oremos, hermanos, a Cristo, nuestro Señor y nuestro Redentor, que vendrá con gloria al fin de los tiempos, ydigámosle:

Ven, Señor Jesús.

Señor y Redentor nuestro, que al nacer en la carne nos libraste del yugo de la ley, 
— completa en nosotros los beneficios de tu amor.

Tú que tomaste de nuestra humanidad todo lo que norepugnaba a tu divinidad, 
— danos de tu naturaleza los dones de los que la nuestra está sedienta.

Con tu presencia da cumplimiento a nuestros deseos, 
— y con la fuerza de tu amor inflama nuestros corazones.

Danos la gracia de alegrarnos contigo en la gloria, 
— pues ya en este mundo nuestra fe sincera te confiesa.

Derrama, Señor, el rocío de tu amor 
— sobre las almas de todos los difuntos.

Llenos del Espíritu de Jesucristo, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad  en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

ORACIÓN

Señor y Dios nuestro, que has manifestado tu salvación hasta los confines de la tierra, concédenos esperar con alegría la gloria del nacimiento de tu Hijo. Él, que vive y reina contigo.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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