Oficio de Lecturas
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
INVITATORIO
Ant. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva. Aleluya.
Salmo 99
ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO
Los redimidos deben entonar un canto de victoria (S. Atanasio).
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva. Aleluya.
HIMNO
Primicias son del sol de su Palabra
las luces fulgurantes de este día;
despierte el corazón, que es Dios quien llama,
y su presencia es la que ilumina.
Jesús es el que viene y el que pasa
en Pascua permanente entre los hombres,
resuena en cada hermano su palabra,
revive en cada vida sus amores.
Abrid el corazón, es él quien llama
con voces apremiantes de ternura;
venid: habla, Señor, que tu palabra
es vida y salvación de quien la escucha.
El día del Señor, eterna Pascua,
que nuestro corazón inquieto espera,
en ágape de amor ya nos alcanza,
solemne memorial en toda fiesta.
Honor y gloria al Padre que nos ama,
y al Hijo que preside esta asamblea,
cenáculo de amor le sea el alma,
su Espíritu por siempre sea en ella. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Día tras día, te bendeciré, Señor. Aleluya.
Salmo 144
HIMNO A LA GRANDEZA DE DIOS
Justo eres tú, Señor, el que es y el que era (Ap 16, 5).
I
Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.
Ant. Día tras día, te bendeciré, Señor. Aleluya.
Ant. 2. Tu reinado es un reinado perpetuo. Aleluya.
II
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;
explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.
Ant. Tu reinado es un reinado perpetuo. Aleluya.
Ant. 3. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. Aleluya.
III
El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
† El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.
Ant. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. Aleluya.
VERSÍCULO
V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.
R. Presta oído a mis consejos.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Amós 7, 1-17
VISIONES SOBRE EL DESASTRE
En aquellos días, el Señor me mostró lo siguiente: Preparaba langostas cuando comenzaba a crecer la hierba, la hierba que brota después de la siega del rey. Y cuando estaban devorando toda la hierba de la tierra dije:
«Señor, te ruego que concedas tu perdón. ¿Cómo resistirá Jacob, siendo tan pequeño?»
Se compadeció el Señor por mi intercesión, y dijo:
«No sucederá.»
Esto me mostró el Señor: Llamaba para el juicio al fuego, que devoraba el océano y el campo. Yo dije:
«Concede tu perdón, Señor, te lo ruego. ¿Cómo resistirá Jacob, siendo tan pequeño?»
Se compadeció el Señor por mi intercesión, y dijo:
«No sucederá.»
Esto me mostró el Señor: Estaba él en pie junto al muro, con una plomada en la mano., Me dijo el Señor:
«¿Qué ves, Amós?»
Respondí:
«Veo una plomada.»
Dijo él:
«Echaré la plomada en medio de mi pueblo; esta vez no dejará de suceder. Quedarán desoladas las alturas de Isaac, los santuarios de Israel se arruinarán, me levantaré con la espada contra la dinastía de Jeroboam.»
Entonces Amasías, sacerdote de Betel, envió un mensaje a Jeroboam, rey de Israel, diciendo:
«Amós conjura contra ti en medio de Israel; la tierra ya no puede soportar sus palabras. Porque así predica: "Morirá a espada Jeroboam, Israel saldrá de su destierro."»
Dijo Amasías a Amós:
«Vidente, vete y refúgiate en tierra de Judá, come allí tu pan y profetiza allí. No vuelvas a profetizar en Betel, porque es el santuario real, el templo del país.»
Respondió Amós:
«No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: "Ve y profetiza a mi pueblo de Israel." Y ahora escucha la palabra del Señor: Tú dices: "No profetices contra la casa de Israel, no prediques contra la casa de Isaac," Pues bien, así dice el Señor: "Tu mujer será deshonrada en la ciudad, tus hijos e hijas caerán a espada; tu tierra será repartida a cordel, tú morirás en tierra pagana, e Israel saldrá de su país al destierro."
RESPONSORIO Am 3, 7. 8; 7, 15
V. Nada hace el Señor sin revelar su plan a sus siervos los profetas.
R. El Señor ha hablado, ¿quién no va a profetizar?
V. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: «Ve y profetiza a mi pueblo.»
R. El Señor ha hablado, ¿quién no va a profetizar?
SEGUNDA LECTURA
Del sermón de san León Magno, papa, sobre las bienaventuranzas
(Sermón 95, 6-8: PL, 54, 464-465)
LA SABIDURÍA CRISTIANA
Después de esto, el Señor prosiguió, diciendo: Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Esta hambre no desea nada corporal, esta sed no apetece nada terreno; el bien del que anhela saciarse consiste en la justicia, y el objeto por el que suspira es penetrar en el conocimiento de los misterios ocultos, hasta saciarse del mismo Dios. Feliz el alma que ambiciona este manjar y anhela esta bebida; ciertamente no la desearía si no hubiera gustado ya antes de su suavidad. De esta dulzura, el alma recibió ya una pregustación, al oír al profeta que le decía: Gustad y ved qué bueno es el Señor; con esta pregustación, tanto se inflamó en el amor de los placeres castos, que, abandonando todas las cosas temporales, sólo puso ya su afecto en comer y beber la justicia, adhiriéndose a aquel primer mandamiento que dice: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda el alma y con todas tus fuerzas. Porque amar la justicia no es otra cosa sino amar a Dios. Y, como este amor de Dios va siempre unido al amor que se interesa por el bien del prójimo, el hambre de la justicia se ve acompañada de la virtud de la misericordia; por ello, se añade a continuación: Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Reconoce, oh cristiano, la altísima dignidad de esta tu sabiduría, y entiende bien cuál ha de ser tu conducta y cuáles los premios que se te prometen. La misericordia quiere que seas misericordioso, la justicia desea que seas justo, pues el Creador quiere verse reflejado en su criatura, y Dios quiere ver reproducida su imagen en el espejo del corazón humano, mediante la imitación que tú realizas de las obras divinas. No quedará frustrada la fe de los que así obran, tus deseos llegarán a ser realidad, y gozarás eternamente de aquello que es el objeto de tu amor.
Y porque todo será limpio para ti, a causa de la limosna, llegarás también a gozar de aquella otra bienaventuranza que te promete el Señor, como consecuencia de lo que hasta aquí se te ha dicho: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Gran felicidad es ésta, amadísimos hermanos, para la que se prepara un premio tan grande. Pues, ¿qué significa tener limpio el corazón, sino desear las virtudes de que antes hemos hablado? ¿Qué inteligencia puede llegar a concebir, o qué palabras lograrán explicar la grandeza de una felicidad que consiste en ver a Dios? Y es esto precisamente lo que se realizará cuando la naturaleza humana se transforme, y podamos contemplar la divinidad no confusamente en un espejo, sino cara a cara, viendo tal como es a aquel a quien ningún hombre jamás contempló; entonces lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar, lo alcanzaremos en el gozo inefable de una contemplación eterna.
RESPONSORIO Sal 30, 20; 1 Co 2, 9
V. ¡Qué amor tan grande, Señor, reservas para tus fieles!
R. Tú lo concedes a los que a ti se acogen.
V. Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre.
R. Tú lo concedes a los que a ti se acogen.
HIMNO TE DEUM
A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.
Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.
ORACIÓN
Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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