Oficio de Lecturas
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
INVITATORIO
Ant. Del Señor es la tierra y cuanto la llena; venid, adorémosle.
Salmo 99
ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO
Los redimidos deben entonar un canto de victoria (S. Atanasio).
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Del Señor es la tierra y cuanto la llena; venid, adorémosle.
HIMNO
Señor, tú que llamaste
del fondo del no ser todos los seres,
prodigios del cincel de tu palabra,
imágenes de ti resplandecientes;
Señor, tú que creaste
la bella nave azul en que navegan
los hijos de los hombres, entre espacios
repletos de misterio y luz de estrellas;
Señor, tú que nos diste
la inmensa dignidad de ser tus hijos,
no dejes que el pecado y que la muerte
destruyan en el hombre el ser divino.
Señor, tú que salvaste
al hombre de caer en el vacío,
recréanos de nuevo en tu Palabra
llámanos de nuevo al paraíso.
Oh Padre, tú que enviaste
al mundo de los hombres a tu Hijo,
no dejes que se apague en nuestras almas
la luz esplendorosa de tu Espíritu. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres.
Salmo 106
ACCIÓN DE GRACIAS POR LA LIBERACIÓN
Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo (Hch 10, 36).
I
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Que lo confiesen los redimidos por el Señor,
los que él rescató de la mano del enemigo,
los que reunió de todos los países:
norte y sur, oriente y occidente.
Erraban por un desierto solitario,
no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida;
pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a una ciudad habitada.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes.
Yacían en oscuridad y tinieblas,
cautivos de hierros y miserias;
por haberse rebelado contra los mandamientos,
despreciando el plan del Altísimo.
Él humilló su corazón con trabajos,
sucumbían y nadie los socorría.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Los sacó de las sombrías tinieblas,
arrancó sus cadenas.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Destrozó las puertas de bronce,
quebró los cerrojos de hierro.
Estaban enfermos por sus maldades,
por sus culpas eran afligidos;
aborrecían todos los manjares,
y ya tocaban las puertas de la muerte.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Envió su palabra para curarlos,
para salvarlos de la perdición.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Ofrézcanle sacrificios de alabanza,
y cuenten con entusiasmo sus acciones.
Ant. Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres.
Ant. 2. Contemplaron las obras de Dios, sus maravillas.
II
Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.
Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el mareo,
rodaban, se tambaleaban como borrachos,
y no les valía su pericia.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Aclámenlo en la asamblea del pueblo,
alábenlo en el consejo de los ancianos.
Ant. Contemplaron las obras de Dios, sus maravillas.
Ant. 3. Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor.
III
Él transformará los ríos en desierto,
los manantiales de agua en aridez;
la tierra fértil en marismas,
por la depravación de sus habitantes.
Transforma el desierto en estanques,
el erial en manantiales de agua.
Coloca allí a los hambrientos,
y fundan una ciudad para habitar.
Siembran campos, plantan huertos,
recogen cosechas.
Los bendice, y se multiplican,
y no les escatima el ganado.
Si menguan, abatidos por el peso
de infortunios y desgracias,
el mismo que arroja desprecio sobre los príncipes
y los descarría por una soledad sin caminos
levanta a los pobres de la miseria
y multiplica sus familias como rebaños.
Los rectos lo ven y se alegran,
a la maldad se le tapa la boca.
El que sea sabio, que recoja estos hechos
y comprenda la misericordia del Señor.
Ant. Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor.
VERSÍCULO
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
PRIMERA LECTURA
Año I:
Del segundo libro de los Reyes 13, 10-25
REINADO DE JOÁS EN ISRAEL, MUERTE DEL PROFETA ELISEO
Joás, hijo de Joacaz, subió al trono de Israel en Samaría el año treinta y siete del reinado de Joás de Judá. Reinó dieciséis años. Hizo lo que el Señor reprueba. Repitió a la letra los pecados que Jeroboam, hijo de Nabat, hizo cometer a Israel; imitó su conducta. Para más datos sobre Joás y sus hazañas militares contra Amasías, de Judá, véanse los Anales del reino de Israel. Joás murió, y Jeroboam le sucedió en el trono. A Joás lo enterraron en Samaría con los reyes de Israel.
Cuando Eliseo cayó enfermo de muerte, Joás de Israel bajó a visitarlo y se echó sobre él llorando y repitiendo:
«¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel!»
Eliseo le dijo:
«Coge un arco y unas flechas.»
Cogió un arco y unas flechas, y Eliseo le mandó:
«Empuña el arco.»
Lo empuñó, y Eliseo puso sus manos sobre las manos del rey y ordenó:
«Abre la ventana que da a levante.»
Joás la abrió y Eliseo dijo:
«¡Dispara!»
Él disparó, y comentó Eliseo:
«¡Flecha victoriosa del Señor, flecha victoriosa contra Siria! Derrotarás a Siria en El Cerco hasta aniquilarla.»
Luego ordenó:
«Coge las flechas.»
El rey las cogió, y Eliseo le dijo:
«Golpea el suelo.»
Él lo golpeó tres veces y se detuvo. Entonces, el profeta se le enfadó:
«Si hubieras golpeado cinco o seis veces, derrotarías a Siria hasta aniquilarla; pero así sólo la derrotarás tres veces.»
Eliseo murió, y lo enterraron.
Las guerrillas de Moab hacían incursiones por el país todos los años. Una vez, mientras estaban unos enterrando a un muerto, al ver las bandas de guerrilleros, echaron el cadáver en la tumba de Eliseo y marcharon; y, al tocar el muerto los huesos de Eliseo, revivió y se puso en pie.
Jazael, rey de Siria, había oprimido a Israel durante todo el reinado de Joacaz. Pero el Señor se apiadó y tuvo misericordia de ellos, se volvió hacia ellos, por el pacto que había hecho con Abraham, Isaac y Jacob, y no quiso exterminarlos ni los ha arrojado de su presencia hasta ahora. Jazael de Siria murió, y su hijo Benadad le sucedió en el trono. Entonces, Joás, hijo de Joacaz, recuperó del poder de Benadad, hijo de Jazael, las ciudades que Jazaci había arrebatado por las armas a su padre, Joacaz. Joás lo derrotó tres veces, y así recuperó las ciudades de Israel.
RESPONSORIO 2 R 13, 23; 14, 26
V. El Señor se apiadó y tuvo misericordia de ellos; se volvió hacia ellos, por el pacto que había hecho con Abraham, Isaac y Jacob,
R. Y no quiso exterminarlos.
V. El Señor se fijó en la terrible desgracia de Israel: no había esclavo, ni libre, ni quien ayudase a Israel.
R. Y no quiso exterminarlos.
Año II:
Del libro del profeta Zacarías 14, 1-21
TRIBULACIONES Y GLORIA DE JERUSALÉN EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Esto dice el Señor: «Mirad que llega el día del Señor: se repartirá el botín en medio de ti. Reuniré a todos los pueblos en Jerusalén para la guerra. La ciudad será conquistada, las casas saqueadas, las mujeres violadas; la mitad de la ciudad irá al destierro y el resto no será arrojado de la ciudad. El Señor saldrá a luchar contra las naciones como el día que luchaba en la batalla. Aquel día asentará los pies sobre el monte de los Olivos, delante de Jerusalén, al oriente; y dividirá el monte de los Olivos por medio hacia oriente y occidente en un gran valle. La mitad del monte se inclinará hacia el norte, la otra mitad hacia el sur. Entonces huiréis al valle entre mis montes, que alcanzará hasta Azzal; huiréis como huíais cuando el terremoto, en tiempos de Ozías, rey de Judá. Y vendrá el Señor, mi Dios, y con él sus consagrados.
Aquel día no habrá ya frío ni hielo, será un día único, conocido del Señor. Sin día ni noche, pues por la noche habrá luz. Aquel día brotarán aguas de vida de Jerusalén, la mitad hacia el mar oriental, la mitad hacia el mar occidental, tanto en verano como en invierno. El Señor reinará sobre todo el orbe, aquel día será el Señor único, y único será su nombre. Todo el país se allanará desde Gueba hasta Rimón, en el Negueb. Jerusalén será enaltecida y estará habitada, desde la puerta de Benjamín hasta la puerta Vieja, y hasta la puerta del Ángulo; desde la torre de Jananel hasta las bodegas del Rey. Habitarán en ella y no será ya destruida, sino que habitarán en Jerusalén con seguridad. Mirad el castigo con que herirá el Señor a los pueblos que combaten contra Jerusalén: se pudrirá su carne estando ellos todavía en pie, sus ojos se pudrirán en sus cuencas, su lengua se pudrirá en su boca. Así será también la plaga de caballos y mulos, camellos y asnos y ganados del campo, que los alcanzará en aquellos campamentos lo mismo que a los hombres. Aquel día los asaltará una terrible turbación que el Señor les enviará: agarrará cada uno la mano de su compañero y levantarán la mano unos contra otros. Y Judá estará aquel día en gran festín en Jerusalén, y serán amontonadas las riquezas de todas las naciones de alrededor: oro, plata y vestiduras en cantidad inmensa. Los supervivientes de los pueblos que atacaron a Jerusalén vendrán de año en año a adorar al Rey Señor de los ejércitos y a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Y la familia de la tierra que no suba a Jerusalén para adorar al Rey Señor de los ejércitos no recibirá lluvia en su territorio. Si el pueblo de Egipto no acude, lo alcanzará el castigo de los pueblos que no acuden a la fiesta de los tabernáculos. Éste será el castigo de Egipto y el castigo de todas las naciones que no acudan a la fiesta de los tabernáculos. Aquel día aun los cascabeles de los caballos llevarán escrito: “Consagrado al Señor”; los calderos del templo serán tan santos corno las bandejas del altar. Todo caldero en Jerusalén y en Judá estará consagrado al Señor de los ejércitos. Los que vengan a sacrificar los usarán para guisar en ellos.
Y aquel día ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos.»
RESPONSORIO Za 14, 8; 13, 1; Jn 19, 34
V. Aquel día brotarán aguas de vida de Jerusalén y habrá una fuente abierta para la casa de David,
R. Para lavar los pecados e impurezas.
V. Uno de los soldados atravesó con su lanza el costado de Jesús, y al instante brotó de él sangre y agua.
R. Para lavar los pecados e impurezas.
SEGUNDA LECTURA
Del sermón de san Paciano, obispo, sobre el bautismo
(Núms. 6-7: PL 13, 1093-1094)
¿QUÉ DIOS COMO TÚ, QUE PERDONAS EL PECADO?
Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial; porque el primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Si obramos así, hermanos, ya no moriremos. Aunque nuestro cuerpo se deshaga, viviremos en Cristo, como él mismo dice: El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Por lo demás, tenemos certeza, por el mismo testimonio del Señor, que Abrahán, Isaac y Jacob y que todos los santos de Dios viven. De ellos dice el Señor: Para él todos están vivos. No es Dios de muertos, sino de vivos. Y el Apóstol dice de sí mismo: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir; deseo partir para estar con Cristo. Y añade en otro lugar: Mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Esta es nuestra fe, queridos hermanos. Además: Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. La vida meramente natural nos es común, aunque no igual en duración, como lo veis vosotros mismos, con los animales; las fieras y las aves. Lo que es propio del hombre es la que Cristo nos ha dado por su Espíritu, es decir, la vida eterna, siempre que ya no cometamos más pecados. Pues, de la misma forma que la muerte se adquiere con el pecado, se evita con la virtud. Porque el pecado paga con muerte, mientras que Dios regala vida eterna por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro. Como afirma el Apóstol, él es quien redime, perdonándonos todos los pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz, y, destituyendo por medio de Cristo a los principados y autoridades, los ofreció en espectáculo público y los llevó cautivos en su cortejo. Ha liberado a los cautivos y ha roto nuestras cadenas, como lo dijo David: El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan. Y en otro lugar: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza. Así, pues, somos liberados de las cadenas cuando, por el sacramento del bautismo, nos reunimos bajo el estandarte del Señor, liberados por la sangre y el nombre de Cristo. Por lo tanto, queridos hermanos, de una vez para siempre hemos sido lavados, de una vez para siempre hemos sido liberados y de una vez para siempre hemos sido trasladados al reino inmortal; de una vez para siempre, dichosos los que están absueltos de sus culpas, a quienes les han sepultado sus pecados. Mantened con fidelidad lo que habéis recibido, conservadlo con alegría, no pequéis más. Guardaos puros e inmaculados para el día del Señor.
RESPONSORIO 1 Co 15, 47. 49; Col 3, 9. 10
V. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo.
R. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.
V. Despojaos del hombre viejo y revestíos del nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento pleno de Dios y se va configurando con la imagen del que lo creó.
R. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.
ORACIÓN
Oh Dios, fuente y origen de nuestra salvacio?n, haz que, mientras dura nuestra vida aqui? en la tierra, te alabemos incesantemente y podamos asi? participar un di?a en la alabanza eterna del cielo. Por nuestro Sen?or Jesucristo.
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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