Oficio de Lecturas
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
INVITATORIO
Ant. Aclamemos a Cristo, el Señor, en la solemnidad de san José.
Salmo 94
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
Suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
"No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba,
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras."
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Aclamemos a Cristo, el Señor, en la solemnidad de san José.
HIMNO
Custodio providente y fiel del Hijo,
amor junto al Amor doquier presente,
silencio del que ve la gloria inmensa
de Dios omnipotente.
Esposo enamorado de la Virgen,
la mente ante el misterio reclinabas,
rosal inmaculado que florece,
es obra del Señor a quien amabas.
Callada voluntad en Dios perdida,
amor hecho mirada de confianza,
fiel en el trabajo y en la prueba,
provéenos de amor y de esperanza.
Protege la asamblea de los justos,
reunidos en la fe, cuerpo de Cristo;
sé padre que nos lleve a nuestro Padre,
amor del gran Amor que nos da el Hijo. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Un ángel del Señor se apareció a José, y le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús.»
Salmo 20, 2-8. 14
ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VICTORIA DEL REY
Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.
Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;
porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.
Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.
Ant. Un ángel del Señor se apareció a José, y le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús.»
Ant. 2. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, y llevó a casa a María, su mujer.
Salmo 91
ALABANZA DEL DIOS CREADOR
I
Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.
Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.
Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.
Ant. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, y llevó a casa a María, su mujer.
Ant. 3. José subió desde Nazaret a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con María.
II
Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.
El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;
en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.
Ant. José subió desde Nazaret a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con María.
VERSÍCULO
V. El justo germinará como una azucena.
R. Y florecerá eternamente ante el Señor.
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 11, 1-16
LA FE DE LOS ANTIGUOS PADRES
Hermanos: La fe es la firme seguridad de los bienes que se esperan, la plena convicción de las realidades que no se ven. A causa de ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible ha tenido su origen en una causa invisible.
Por la fe ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que el de Caín; por ella fue proclamado justo, dando Dios mismo testimonio a favor de sus ofrendas y por la fe continúa hablando aun después de su muerte. Por la fe fue trasladado Henoc sin experimentar la muerte: «No fue hallado más, porque Dios se lo llevó.» Pero antes de ser trasladado se da testimonio en su favor de que «había sido grato a Dios». Ahora bien, sin la fe es imposible agradar a Dios, pues el que se acerca a Dios debe creer que existe y que es remunerador de los que lo buscan. Por la fe, movido de religioso temor, Noé fabricó el arca para salvar a su familia, advertido por Dios de lo que aún no se veía venir; e, igualmente por la fe, condenó al mundo y se hizo heredero de la justificación que se alcanza por la fe. Por la fe obedeció Abraham al ser llamado por Dios, saliendo hacia la tierra que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe peregrinó por la tierra prometida, como en tierra extraña, habitando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de las mismas promesas, pues esperaba entrar en esa ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es el mismo Dios. Por la fe la misma Sara, a pesar de su avanzada edad, recibió el poder de ser madre, pues tuvo fe en aquel que se lo había prometido. Y, por esto mismo, de un solo hombre, ya incapaz de transmitir la vida, nacieron hijos, «numerosos como las estrellas del cielo, incontables como las arenas del mar». En la fe murieron todos ellos, sin haber alcanzado la realización de las promesas, pero las vieron desde lejos y las saludaron, reconociendo que eran «forasteros y peregrinos sobre la tierra». En verdad que quienes así se expresan dan a entender claramente que van en busca de una patria, pues, si hubiesen pensado en aquella de la que habían salido, ocasiones tuvieron para volver a ella. Pero ellos aspiraban a una patria mejor, es decir, a la celestial. Por eso Dios no se desdeña de llamarse su Dios, pues les tenía ya preparada una ciudad.
RESPONSORIO Rm 4, 20. 22; St 2, 22
V. No lo hizo vacilar la incredulidad ante la promesa de Dios, sino que, fortalecido por la fe, dio gloria a Dios.
R. Por lo cual Dios se lo tomó como justificación.
V. La fe cooperaba con sus obras, y por sus obras su fe alcanzó la plenitud.
R. Por lo cual Dios se lo tomó como justificación.
SEGUNDA LECTURA
De los sermones de san Bernardino de Siena, presbítero
(Sermón 2, Sobre san José: Opera omnia 7,16. 27-30)
PROTECTOR Y CUSTODIO FIEL
La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para un oficio singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar. Esta norma se ha verificado de un modo excelente en san José, que hizo las veces de padre de nuestro Señor Jesucristo y que fue verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu Señor. Si relacionamos a José con la Iglesia universal de Cristo, ¿no es este el hombre privilegiado y providencial, por medio del cual la entrada de Cristo en el mundo se desarrolló de una manera ordenada y sin escándalos? Si es verdad que la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es san José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular. José viene a ser el broche del antiguo Testamento, broche en el que fructifica la promesa hecha a los patriarcas y los profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa. No cabe duda de que Cristo no sólo no se ha desdicho de la familiaridad y respeto que tuvo con él durante su vida mortal como si fuera su padre, sino que la habrá completado y perfeccionado en el cielo. Por eso, también con razón, se dice más adelante: Pasa al banquete de tu Señor. Aun cuando el gozo significado por este banquete es el que entra en el corazón del hombre, el Señor prefirió decir: Pasa al banquete, a fin de insinuar místicamente que dicho gozo no es puramente interior, sino que circunda y absorbe por doquier al bienaventurado, como sumergiéndole en el abismo infinito de Dios. Acuérdate de nosotros, bienaventurado José, e intercede con tu oración ante aquel que pasaba por hijo tuyo; intercede también por nosotros ante la Virgen, tu esposa, madre de aquel que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
RESPONSORIO
V. Dios me constituyó como padre del rey y como señor de toda su casa.
R. Me elevó para hacer llegar la salvación a muchos pueblos.
V. El Señor ha sido el auxilio y refugio que me ha salvado.
R. Me elevó para hacer llegar la salvación a muchos pueblos.
HIMNO TE DEUM
A ti, oh Dios, te alabamos,
a Ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.
Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.
ORACIÓN
Dios todopoderoso, que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José; haz que, por su intercesión, la Iglesia los conserve fielmente y los lleve a plenitud en su misión salvadora. Por nuestro Señor Jesucristo.
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
Página web desarrollada con el sistema de Ecclesiared